No soy digno
No soy de ti el elegido
Ni es mi mano con su índice
la que apunta hacia el destierro.
No soy digno de saber como se mueven las hojas
No soy digno de los curcos, de los ciegos
ni de los impedidos soy el digno.
No soy digno del chaleco salvavidas
de mis botas, ni del paracaídas.
No soy digno de la herida
ni siquiera del virus soy el digno.
No serán mis huesos los cremados
sino los rígidos herejes de aquel límite
y los desbarrancados sin nombre ni apellido
No soy digno de las tumbas
ni de sentarme a su lado en el cine
No soy digno de pedir con rezos entre ustedes.
No será mi pecho
el del humano y de-
recho a ser juzgado no tendré
ni siquiera una vez muerto, sepultado
ni exhumado de las dunas movedizas
que acarician su agujero de bala
entre los ojos de los cráneos
que mecieron los besos de la novia
mi mujer.
No soy digno del maestro
No soy digno
de mirar el cielo que cicatriza los odios
del horario de trabajo
ni de nadar el río que me trajo con sus naves y mi madre
ni de la luz de los ancianos soy el digno
confesor de los silencios de la nada
y mi abuelo
No soy digno
de beber la leche de las vacas en la mañana
ni de asistir al entierro de mi padre
ni a mirar desde el jardín
el casamiento de mis hijas.
No es digna mi memoria
del olvido y del perdón
sino la memoria de mis hijos
Para eso los amé
Así como mis cenizas fueron llevadas por el viento
él me desvanece.
No soy digno del olvido
Así como devoré los peces
ellos me consumieron.
No soy digno de ser comido
Así como lancé las piedras
ellas mi corazón cercaron.
No soy digno de ser el lapidado
Yo que fui el amado
no soy digno del abrazo de mi hermano
ni de estrechar mi mano
la mano del mendigo y su parábola
No soy digno de ser el abismo
entre los unos y los otros
ni menos la fisura entre mi señor
el jardinero y esta oración.
.
.
.
No soy de ti el elegido
Ni es mi mano con su índice
la que apunta hacia el destierro.
No soy digno de saber como se mueven las hojas
No soy digno de los curcos, de los ciegos
ni de los impedidos soy el digno.
No soy digno del chaleco salvavidas
de mis botas, ni del paracaídas.
No soy digno de la herida
ni siquiera del virus soy el digno.
No serán mis huesos los cremados
sino los rígidos herejes de aquel límite
y los desbarrancados sin nombre ni apellido
No soy digno de las tumbas
ni de sentarme a su lado en el cine
No soy digno de pedir con rezos entre ustedes.
No será mi pecho
el del humano y de-
recho a ser juzgado no tendré
ni siquiera una vez muerto, sepultado
ni exhumado de las dunas movedizas
que acarician su agujero de bala
entre los ojos de los cráneos
que mecieron los besos de la novia
mi mujer.
No soy digno del maestro
No soy digno
de mirar el cielo que cicatriza los odios
del horario de trabajo
ni de nadar el río que me trajo con sus naves y mi madre
ni de la luz de los ancianos soy el digno
confesor de los silencios de la nada
y mi abuelo
No soy digno
de beber la leche de las vacas en la mañana
ni de asistir al entierro de mi padre
ni a mirar desde el jardín
el casamiento de mis hijas.
No es digna mi memoria
del olvido y del perdón
sino la memoria de mis hijos
Para eso los amé
Así como mis cenizas fueron llevadas por el viento
él me desvanece.
No soy digno del olvido
Así como devoré los peces
ellos me consumieron.
No soy digno de ser comido
Así como lancé las piedras
ellas mi corazón cercaron.
No soy digno de ser el lapidado
Yo que fui el amado
no soy digno del abrazo de mi hermano
ni de estrechar mi mano
la mano del mendigo y su parábola
No soy digno de ser el abismo
entre los unos y los otros
ni menos la fisura entre mi señor
el jardinero y esta oración.
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