Evoco
la mesa larga y alba de la bruma.
Evoco mi mantel bordado
con sus frutos y ese vino oscuro y frío.
Evoco
el agua indiferente en el jarrón de vidrio
y una sola mosca en el vacío de la taza.
Evoco
la panera de cristal y la sopera con el vértigo del caldo hirviendo.
Te evoco servilleta con argolla
y lo que ocurre en el parloteo de gaviotas que nunca me concierne.
Y en el pan irremplazable de la abuela.
Y en sus migas que ya ruedan
por los pliegues de la ropa.
Y es que evoco a mi manera
la ceguera de los platos que se han roto
en el vacío del ocio de las copas.
Evoco
bajo la sombra de la mesa
el muro de rodillas visitantes y el despojo forastero,
pero me confundo con las patas de la mesa
y las aristas masticadas de las nubes.
Evoco la familia que me olvida
con la pureza destellante del cuchillo
consumiendo la hostia semanal
o la roja cortesía del cordero.
Evoco
los zapatos con su brillo como espejo y sin sentido
pero más evoco
los delgados zapatos del viajero
y la pureza de esos pasos que me vienen a buscar
por una mesa no servida.